Fue el día más oscuro que el mundo haya conocido. El cielo se oscureció, la tierra tembló y el velo del templo se rasgó en dos. Ese viernes, Jesús colgaba sin vida en la cruz. Su cuerpo maltratado fue bajado y colocado en una tumba prestada. Para muchos, parecía el final de la historia. Pero detrás del velo de la muerte, algo extraordinario se estaba desarrollando.
La Biblia no nos da todos los detalles, pero nos ofrece destellos de un misterio, uno que va más allá de la tumba. Mientras el cuerpo de Jesús descansaba en la tumba, Su espíritu viajó a un lugar conocido como Sheol o Hades, el reino de los muertos.
¿Qué es Sheol?
Pausamos aquí. El «infierno» mencionado en el Credo de los Apóstoles — «Descendió a los infiernos» — puede ser confuso si lo pensamos como el pozo ardiente del castigo eterno. En términos bíblicos, este «infierno» era Sheol o Hades: el reino sombrío adonde iban todas las almas después de la muerte, esperando el juicio o la redención. No era un lugar de tormento ardiente para todos, sino una vasta y silenciosa caverna, una especie de sala de espera dividida entre la paz y la angustia (Lucas 16:22-26).
Y en esta caverna silenciosa, el espíritu del Hijo de Dios descendió.
Un Rey en la Tierra de los Muertos
Imagínalo. La oscuridad cubría el reino de los muertos, una pesadez de quietud presionaba sobre cada alma. Los justos — Abraham, Moisés, Rut, David — estaban allí, esperando la promesa en la que habían creído pero que aún no habían visto. Al otro lado, los malvados estaban atados, sus corazones pesados por el peso de sus decisiones.
Luego, de repente, la luz atravesó la oscuridad. Apareció una figura, radiante y majestuosa. Jesús, el Rey de Reyes, había entrado en el reino de los muertos. Cada sombra huyó ante Él y el silencio se rompió.
Para los justos, Su presencia era el cumplimiento de toda esperanza, toda profecía. “¡El Mesías ha venido!” podrían haber susurrado, sus espíritus levantándose al ver al que había prometido salvarlos. Él estaba allí para guiarlos fuera de la cautividad, fuera del lugar de espera, y hacia la plenitud de la presencia de Dios.
Pero para los malvados y para los espíritus caídos que se habían rebelado contra Dios, la llegada de Jesús era algo completamente diferente. Era una proclamación de victoria, una declaración de que su poder estaba roto. Esto es lo que Pedro quiso decir cuando escribió que Jesús «proclamó a los espíritus encarcelados» (1 Pedro 3:19). No fue una súplica, fue un triunfo. La cabeza de la serpiente fue aplastada.
Rompiendo las cadenas
Los primeros padres de la iglesia hablaron de este momento como una gran misión de rescate. Jesús, dijeron, rompió las puertas de Sheol, destrozando las cadenas que mantenían cautivos a los justos muertos. Imagina la alegría cuando Él reunió estas almas fieles, guiándolas en una procesión de triunfo. David, el salmista, podría haber cantado de nuevo:
«¡Alzad, oh puertas, vuestras cabezas! ¡Alzaos, vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria!» (Salmo 24:7).
Pero esta victoria no fue solo para los fieles de antaño. Fue para nosotros también. Al entrar en el reino de los muertos, Jesús santificó cada rincón de la existencia. La muerte misma ya no era una prisión, sino un enemigo derrotado.
El Alcance Cósmico de la Redención
Esto no fue solo una victoria para la humanidad; fue una declaración cósmica. A través de Su muerte y resurrección, Jesús comenzó la restauración de toda la creación, reconciliando todo lo que está en los cielos y en la tierra con Dios (Colosenses 1:20). Su descenso al reino de los muertos marcó el inicio de un nuevo reino, uno en el que la vida triunfa sobre la muerte y todas las cosas son hechas nuevas.
El Amanecer Rompe
Y luego, cuando el mundo despertó a la primera luz del domingo por la mañana, la tumba que contenía el cuerpo de Jesús estaba vacía. Él había resucitado, vivo para siempre. Pero Su descenso a los muertos dejó atrás una poderosa verdad: ningún rincón de la creación, ni siquiera la tumba, está fuera de Su alcance.
Lo que Aprendemos de Esto
La historia de Jesús descendiendo al reino de los muertos no es solo sobre Su victoria sobre la muerte, es un mensaje de esperanza y consuelo para nosotros hoy. Aquí hay algunas lecciones que podemos sacar:
No Hay Oscuridad Demasiado Profunda para Dios Jesús entró en el lugar más oscuro imaginable, el reino de los muertos, y trajo luz. Esto nos recuerda que no importa cuán perdidos o desesperanzados nos sintamos, Su amor puede alcanzarnos. Él está con nosotros, incluso en nuestros momentos más bajos.
La Muerte No Tiene Poder Sobre Nosotros Al conquistar la muerte, Jesús eliminó su aguijón (1 Corintios 15:55-57). Para los creyentes, la muerte ya no es un final, sino una puerta hacia la vida eterna con Dios. Su descenso nos recuerda que la muerte no debe ser temida.
El Plan de Dios es Perfecto y Completo La misión de Jesús no terminó en la cruz. Su descenso a los muertos muestra la profundidad del plan de Dios para redimir toda la creación. No dejó nada sin hacer, y Su victoria es total.
La Victoria Está Asegurada Así como Jesús proclamó Su triunfo a los espíritus encarcelados, nosotros también podemos vivir con confianza. Cualquier batalla que enfrentemos, la libramos desde un lugar de victoria, sabiendo que Jesús ya ha ganado.
Él Cumple Sus Promesas Para las almas justas en Sheol, la llegada de Jesús fue el cumplimiento de las promesas largamente esperadas. Esto nos recuerda que Dios es fiel. Incluso cuando no vemos la respuesta de inmediato, Él siempre está trabajando, llevando Sus planes a su cumplimiento.
Somos Parte de la Historia Jesús no ganó la victoria solo para Él o para aquellos que vivieron antes de Él; lo hizo por nosotros. Su descenso y resurrección nos invitan a vivir como personas libres, perdonadas y sin miedo.
Un Llamado a la Acción
Entonces, ¿qué significa esto para ti? Vive con valentía, sabiendo que Jesús ya enfrentó y conquistó al mayor enemigo: la muerte misma. Deja que Su victoria te inspire a confiar en Él en los momentos más oscuros de la vida, compartir Su esperanza con los que te rodean, y caminar con confianza en la luz de Su amor.
El mismo Jesús que descendió a las profundidades por los justos de antaño es el mismo Salvador que se extiende hacia ti hoy. Nada puede separarte de Su amor, ni siquiera la muerte.
¡Anímate y vive como una persona con esperanza de resurrección!